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lunes, junio 12, 2017

Rumores, chismes, etiquetas y supuestas verdades que son falsas

La construcción grupal o individual de una impresión que más tarde se cristaliza es uno de los desafíos que afrontan las personas, las comunidades y las empresas.

La llamada "posverdad" viene de hace mucho, solo que ahora le han puesto nombre. Equivale a darle credencial de ciudadanía en la sociedad e interviene en distintos ámbitos. Entre ellos, naturalmente, las empresas.

Es hija de los rumores, amplia y profundamente desarrollado por Jean Noël Kapferer en un libro que se llama, precisamente, "Rumores. El Medio de Difusión más Antiguo del Mundo" (Emecé, 1987), donde encontramos un párrafo que dice: "La opinión pública se construye más a partir de impresiones que de hechos. Por tanto, una mera acusación, basta" .

En español la palabra no ha sido incorporada aún, pero el diccionario Oxford la toma en su versión original, "post-truth", y la define como "un adjetivo que trata de representar la ausencia de racionalidad en un debate público o en una percepción colectiva, porque el valor de la verdad pasa a un segundo plano, dejando aspectos racionales por argumentaciones eminentemente pasionales, sustentadas en creencias populares o individuales".

Parafraseando el célebre consejo recibido por el ex presidente Bill Clinton, "son las creencias, estúpido". No importa la verdad, sino lo que se quiere como verdad. Un excelente artículo de Fernando Trias de Bres, publicado en El País Semanal, analiza este neologismo y le pronostica poca vida, aunque reconoce que la posverdad reduce la ansiedad de la disonancia cognitiva, esto es, cuando dos ideas se contraponen lo cual provoca, sin duda, una de las situaciones más enriquecedoras del pensamiento y, en especial, del aprendizaje.

Trias de Bres apunta que se prefiere hablar de posverdades y no de mentiras, debido a la velocidad con que circulan las noticias sin confirmar su veracidad. "Leemos rumores y les concedemos toda la credibilidad", apunta. Por supuesto, cada uno elige a qué creer, de modo que lo cierto queda muy lejos, hasta perderse en una intricada maraña de subjetividades.

Las redes sociales han potenciado las creencias, hasta el punto de dejar a las empresas expuestas tanto interna como externamente. Las corridas financieras son el exponente más cabal de estas situaciones. Si aparece el rumor de un movimiento negativo respecto a la moneda extranjera o al quiebre de un banco, existe el peligro de producir un desastre.

También las organizaciones en sí mismas, sus relaciones con el personal, quedan en la vidriera de las redes sociales, categorizándolas entre aquellas donde vale la pena trabajar respecto de las que ni siquiera merecen que se presente un CV. O que tal vez sea preferible evitar.

Las muy conocidas encuestas de clima u opinión organizacionales son, en realidad, la detección de las posverdades, que tienen una construcción que es necesario atender, porque reflejan lo que se siente y vive el personal dentro de la empresa. Es un aspecto que tiene una verdad contundente, que permanece en el mismo rango de veracidad que las que la dirigencia se ilusiona. La peor decisión es ignorarlas o darlas por falsas y punto.

Cuando no existían las facilidades de la tecnología, provista por los celulares, tablets y computadoras, uno de los mejores sitios para obtener la opinión generalizada eran los baños y sus inscripciones espontáneas. Allí era posible enterarse de la disconformidad con alguna medida empresaria o la reputación de un jefe o gerente. No sin motivo se optaba por diseñar carteleras vidriadas, para impedir que se agregaran leyendas manuscritas. Cuando una posverdad crece y se consolida es imprescindible sofocarla con racionalidad.

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